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Ensayo para concierto de jardín

Sábado por la mañana. Ha amanecido limpio, azul, agradable, el sol alegra un cielo sin asomo de nubes y calienta suave y primaveral. Desde un globo podría verse que en muchos jardines de los alrededores hay bastante más movimiento del habitual. Hay que espabilarse, parece que este sábado por la mañana es precisamente el día D a la hora H, el momento óptimo para jardinear.

En un rincón casi desértico del Polideportivo Hermanos Induráin que había quedado como olvidado, lleno de barro en invierno y de polvo en verano, están trabajando en auzolan padres, madres e incluso hij@s pequeñ@s que con sus vocecitas incrementan la nota lírica. Su bullicio va haciendo un canon de este “Ensayo para concierto de jardín” con las músicas de otros jardines de alrededor.

Primero llega el griterío de estos trabajadores de sábado, que se mezcla con los sonidos típicos del campo de fútbol el fin de semana (partidos y partidos, unos tras otros, de todas las categorías y de todas partes), mientras se van reuniendo en este rincón que por la tarde ya será “pradera en crecimiento, por favor no pisar”. Se van organizando, y se oye cómo algunas voces toman la iniciativa: Sí, vosotros traed aquellos sacos, vosotras podéis recoger las ramas, los peques que vayan tirando las bolsas al contenedor… Suena un “click, click, click”, que parece casi un metrónomo. No es fácil de identificar en un principio. Después sí, porque en algún otro terrenito cercano aparece un “hermanito” que hace el mismo ruido, “click, click, click”:
-En otros tiempos se llamaría escardador, supongo, porque lo usaban para esa tarea del campo llamada escardar. Ahora que somos más cultos, o que no somos más cultos pero creemos que lo somos simplemente porque tenemos más dinero, lo llamamos escarificador y hablamos de escarificar el césped y del escarificador.

Alguien comenta algo sobre txistorra, y con las palabras y las opiniones sobre carnicerías y especialidades se va difundiendo por el ambiente un estupendo aroma de la susodicha txistorra asada (el trabajo en auzolan tiene su encanto, sin duda, y una parte de él suele estar vinculado al almuerzo, además de a la solidaridad y lo desinteresado -económicamente-).

Suenan, poniendo un contrapunto eléctrico, algunos cortacésped, con su canto como de moto antigua. Aún no ha callado el escarificador, siguen oyéndose los sonidos del fútbol (el sufrido balón recibe las patadas de los jugadores en su cuero bien hinchado, los gritos de los jugadores hacen un coro como de asalto de infantería, los silbatos se suman como si quisieran poner orden, los espectadores añaden sus voces que no pierden el aliento -señal de que ellos no corren-), el murmullo del auzolan, los niños…

De pronto, al aroma de txistorra se suma otro, otro que también evoca otros tiempos. Abono… pero abono de verdad, ¡fiemo! Estos del auzolan no se andan con tonterías. ¿Para qué esos abonos modernos, químicos, que no se sabe si funcionan o no? ¡Quita, quita! Donde esté un buen abono de verdad… Así tendremos la sensación de que hemos cambiado de época y de que estamos realmente en el campo.

Se acerca ya la hora de comer los sábados, son casi las 15.00. Los sonidos matinales van acallándose, todos, como si el ensayo hubiese terminado. Por la tarde seguirán otros, semejantes, parecidos (sin fiemo esta vez, por favor, por muy sano que sea para la tierra). Ensayo para concierto de jardín de un sábado de primavera por la mañana. Lo mismo que el aroma de la tierra removida se mezcla con la txistorra y con el fiemo, se mezclan sensaciones, asociaciones mentales y recuerdos. Cuidar el jardín; o trabajar la tierra como agricultor, aquí o en África (con sus matices, claro; con máquinas o sin ellas), en el siglo XXI o en el origen del ser humano; escardar la tierra hace un siglo o escarificar hoy, mis abuelos y abuelas trabajando en el campo a principios del XX, o estos niños que retozan en el jardín y lo viven como una experiencia casi extraordinaria…

Consuelo Allué

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